viernes, 19 de julio de 2013

Fragmentos



Una noche se despertó con hambre de literatura. Nunca esperó que ese deseo incontrolable, únicamente comparable con la necesidad que tiene un ahogado de oxigeno o una manta para un esquimal,  le robara la vida. Comenzó por una novelita corta de Kafka y luego siguió con otros escritores argentinos y entre mezclando relatos, cuentos, novelas, poesía y nuevamente relatos, o algún cuento, novela o poesía. No lograba detenerse. Recorría una y otra vez las ruinas circulares que Borges describía tan hábilmente. Buscaba con más hambre que nunca las vidas imaginarias, como las de Schwob, descriptas por un temeroso corazón delator recorriendo caminos salvajes como si siguiese los consejos de un beatnic. Vivió entrecruzando realidades como le habría ocurrido al idiota del sonido y la furia, viajando entre Hemingway y Cortázar o tal vez algún post moderno de la época que aun no lograba comprender con claridad; aunque, lo lograría muchos años después, como es mencionado repetidamente durante los entrañables años de soledad durante el viaje al centro de la tierra para encontrar la semilla. Aquella semilla que no era otra cosa más que un incendio indecoroso de historias ajenas y saberes y preguntas y respuestas y sensaciones y sentimientos y generaciones sucumbiendo en locuras. En un pingpong de realidades, de cristales fragmentados de fotografías veladas y noches blancas o de insomnio, lo mismo daba. Todo formaba parte de la misma mezcla bizarra, de esa cocatriz, que le pedía por favor  que apretase el gatillo para fusilar al mundo, para enajenar los retorcidos seres que ya no serian ahuyentados por espantapájaros visionarios, o por cruzados como Ivanhoe o un tal Quijote. Todo fue sucediendo, hasta el punto de no poder ver nada o mejor dicho todo, a través de los ojos de la literatura. Ciego de un mundo y clarividente en verdades que no merecían ser contadas; aunque hay cosas que deben ser contadas de este modo, con fragmentos, estando activo en la lucidez propicia aportada por la inactividad al quedarse dormido y dejando caer el último libro que leería sin saber su final: una novelita corta de Kafka. 


martes, 9 de julio de 2013

Me gusta cuando estudias


“Hay algo en el extravío de tu mirada de intelectual ansiosa que me atrae, como la heladera animal del mercadito san Lorenzo, mientras lees un libro de Horacio Gonzales con interés manifiesto en ese lapicito que cada tanto “tic” subraya una palabra o encierra un párrafo con una llave y distraídamente se desplaza del papel hacia tu cuerpo. Primero desenreda un mechón de pelo, después  como si quisieras grabar un tatuaje que dijera, eso espero, te quiero, se dirige hacia tu pecho y se entretiene en una caricia inconsciente hasta que el intérprete argentino de Sartre se queda imprevistamente solo. El presidente que solía escucharlo firma ahora mismo un tratado de paz con Joaquín Morales Sola y tu lápiz dibuja en medio de tus tetas un corazón que en su centro tiene mi nombre.” 
Martin Prieto – Me gusta cuando estudias (fragmento).