El momento se acerca. Él ya
lo sabe. Aprieta la empuñadura del arma, el sudor ha humedecido su guante de
cuero. Los músculos de la cara están tensos y su mirada está penetrantemente
fija en el objetivo. Toma cortos respiros de aire y muy sucesivos, su respiración
se agita cómo si con cada bocarada de aire pudiera alargarle la vida un poco
más. El aire frío de aquella tarde entraba en su interior en forma de una briza
de vida en suspenso y salía expulsado en forma de una helada bruma secando su
garganta. El borde izquierdo del peto le molesta al respirar, debe haber sido
el golpe que recibió que magulló la armadura, piensa. Su corazón late
estruendosamente, puede sentir como la cota de malla golpetea haciendo un
pequeño chasquido a causa de los descontrolados latidos. Mientras se esfuerza
por acomodar su escudo para el combate. Recordó vagamente el momento en el que
fue nombrado caballero por su señor feudal y recibió el escudo con la insignia
familiar.
Caminó unos pasos más sobre
el campo de batalla dirigiéndose a su oponente, el barro y la hierba húmeda,
por la reciente llovizna, dificultaba su paso seguro. El olor a hierba mojada
era tan parecido como al que sintió aquella vez que aprendía a esgrimir la
espada en el patio de armas del castillo. Un viento helado atravesó el campo de
batalla agitando su capa blanquiazul y arremolinando su cabello humedecido por
la lluvia y el sudor. Se esforzó por dar unos pasos más y alcanzo la cima de la
colina, allí la hierba era más verde y estaba limpia de sangre. En aquel lugar
la muerte no estuvo. Al parecer estuvo muy ocupada en otros lugares.
Desde aquel punto se podía
observar gran parte del lugar. Las bajas se contaban de a montones. Cadáveres
diseminados por todo el campo; flechas, lanzas, y otras armas hacían las veces
de lapidas. También estaban aquellos que yacían sin tumba alguna. El horror se
dibujo en su rostro. Una pregunta surgió de su perturbada mente. ¿Esa era la
gloriosa muerte del guerrero? Y fue seguida por otra más. ¿La vida humana vale
lo mismo que la palabra honor? Se cuestionó. Esas eran las preguntas
equivocadas en el momento menos propicio.
Ante él estaba la figura
desafiante del oponente. Era un hombre grande, pero no lo superaba en altura
por mucho. Dada su complexión robusta daba la sensación de estar a punto de
estallar la armadura. Llevaba puesta una cota de escamas, algo dañada por los
combates recientes. Usaba un hacha de batalla y un escudo armado en su otra
mano. El arma parecería haber perdido su color original. Estaba teñida en
sangre de los gloriosos muertos en combate. Su escudo por otro lado estaba
agrietado y algo dañado. En ese momento supuso que su contrincante usaba ese
escudo como arma también, y no tan solo como un artefacto de defensa.
Pelo largo y ondulado,
abundante barba y la cicatriz de un corte en su rostro eran los rasgos más
sobresalientes. Intento verle a los ojos, pero no pudo sostenerle la mirada por
mucho tiempo. Atemorizante, despiadada, y brutal. En esos ojos se encerraba el
alma de sus víctimas. ¿Cuántos habrán muerto en manos de ese monstruo? pensó.
Se corrigió a si mismo diciendo, bajo el filo de su hacha.
Sabía que tan solo tendría
una chance. El destino no le regalaría otra. La sangre del derrotado será
bañada en la colina virgen y esta purificará la tierra cuando todo haya
acabado. Se vio entrando victorioso por las puertas de la ciudad, escuchaba los
vítores clamando su triunfo, el clamor de la multitud, también estaban las
banderas de los nobles. Júbilo y alegría. Su mente estaba demasiado inquieta.
Fue entonces que su
contrincante inclinó ligeramente sus piernas haciendo un paso hacia adelante
quedando así en pose de combate, y golpeó su escudo con el hacha. Seguidamente,
arrojo un temible grito incitando al guerrero a la batalla. Él se mostró valiente y tenaz, se perfilo para el combate y arremetió un carga. Intento
golpear al enemigo por su costado derecho pero este uso su arma para
neutralizar su esfuerzo, luego el bárbaro atacó usando el escudo armado, como
lo predijo el espadachín, sin embargo este también falló en su intento ya que
el espadachín esperaba con antelación aquel movimiento.
En milésimas de segundos se
rompe el enfrentamiento. Ambos se separan haciéndose unos metros hacia atrás
para planear su siguiente movimiento. El imponente bárbaro, sin embargo, no
tardo demasiado en meditar y volvió a atacar pero esta vez con su hacha.
Intentó asestar un feroz golpe que el guerrero lo desvió con su espada.
Ágilmente, el guerrero tomo
la oportunidad para dañar al enemigo intentando golpear su torso
completamente desprotegido. Sin embargo su contrincante se percató del
movimiento y bloqueó el intento, desviando el arma; para su desgracia no logró
salir ileso, ya que recibió un corte en su pierna izquierda.
Aprovechando la oportunidad
el guerrero giró sobre su izquierda y volvió a atacar. Su oponente, debilitado
pero no inutilizado logra bloquear el golpe, esta vez sí, con facilidad;
seguidamente lo contra ataca con su hacha dando un golpe brutal sobre el escudo
del guerrero. Logra así partirlo y empuja al guerrero unos metros hacia atrás derribándolo.
Lucha por volver a estar en
pie, pero su brazo izquierdo parece estar quebrado; siente la tibia sangre
correr por dentro de su armadura. Su mano tiembla tímidamente. Con un gran
esfuerzo coloca su brazo sobre el pecho y logra ponerse en pie usando la espada
como bastón.
El bárbaro no pierde tiempo
y se abalanza. Con sus escasas fuerzas el espadachín intenta golpear al enemigo
para intentar alejarlo, y éste ahuyenta sus golpes con su escudo, mientras
camina tranquilamente. De pronto hace un paso rápido y usando su escudo empuja
al guerrero de nuevo al suelo. En el último movimiento, el guerrero sufre la
perforación de una de esas púas en el pecho. Escupe un poco de sangre mientras
cae.
Ahora en el piso sumido a
la merced de su enemigo, el guerrero contempla como su contrincante levanta el
arma para dar el último golpe. En ese momento agarra su arma y la incrusta en
el estomago del bárbaro. La sangre brota descontroladamente y salpica la cara
del guerrero y el suelo. Sin embargo el hacha sigue su curso, y cae pesadamente
sobre su pecho, doblegando la dureza de su armadura. El cuerpo inerte del
enemigo cae al costado del guerrero.
Él contempla el cielo, mira
las nubes, escucha unas gotas de lluvia golpear contra el metal. Levanta su
brazo y toma su arma; mientras observa el agua caer. Sus ojos se tiñeron de
rojo y cada vez le resultaba más difícil ver con claridad. La oscuridad lentamente
gana su visión. A sus adentros se dijo: vivo por honor y muero por gloria, el
momento ya se acerca, yo lo sé.