La lucidez es un don y es un
castigo. Está todo en la palabra. Lucido viene de Lucifer, el arcángel rebelde,
el demonio. Pero también se llama Lucifer el lucero del alba, la primera
estrella, la ultima en apagarse. Lucido viene de Lucifer y Lucifer viene de Lux
y de Fergus que quiere decir el que tiene luz, el que genera luz. El que trae
la luz que permite la visión interior, el bien y el mal, todo junto; el placer
y el dolor.
La lucidez es dolor y el único placer
que uno puede conocer, lo único que se parecerá remotamente a la alegría es el
placer de ser consciente de la propia lucidez. El silencio de la comprensión.
El silencio del mero estar. En esto se van los años, en esto se fue la bella alegría
animal. (A. Pizarnik)
Uno sabe pero se tiene que
olvidar de que sabe. Esa es la manera de convivir con la lucidez. Pero la cosa
se complica cuando uno se da cuenta de que no se puede olvidar. El despertar de
la lucidez puede no suceder nunca, pero cuando llega, sí llega no hay modo de
evitarlo. Y cuando llega, se queda para siempre. Ahí es cuando se percibe el absurdo,
el sin sentido de la vida se percibe también de que no hay metas y no hay
progreso. Se entiende, aunque no se lo quiere aceptar, que la vida nace con la
muerte adosada, que la vida y la muerte no son consecutivas sino que son simultáneas
e inseparables. Sí uno puede conservar la cordura y cumplir con normas y
rutinas en las que no cree es porque la lucidez nos hace ver que la vida es tan
banal que no se puede vivir como una tragedia.
El lúcido puede seguir viviendo
mientras conserve el instinto de la especie. El impulso vital. Es muy posible
que con los años esa fuerza instintiva y oscura se pierda. Es necesario entonces apelar a algo parecido
a la fe. Hay que inventarse un motivo o una
meta, algo que nos permita reemplazar el instinto animal que se ha perdido por
una voluntad fríamente racional. Pero esa voluntad es un motor muy difícil de
mantener. De repente, sin un motivo se va, desaparece. Es entonces cuando se
sigue o no se sigue, se puede o no se puede. Y si no se puede no hay culpa. No
importa el amor de los otros o el amor que uno siente por ellos. Sí uno no
sigue, todo sigue sin uno y todo sigue igual. Todo pasa, la ausencia pasa. Se
conoce la muerte antes de morir. Es un final antiguo, rutinario y común. Es un
final deseado que se espera sin temor porque uno lo ha vivido ya muchas veces.
Todo da igual.
Adolfo Aristarain
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