Una noche se despertó
con hambre de literatura. Nunca esperó que ese deseo incontrolable, únicamente
comparable con la necesidad que tiene un ahogado de oxigeno o una manta para un
esquimal, le robara la vida. Comenzó por
una novelita corta de Kafka y luego siguió con otros escritores argentinos y
entre mezclando relatos, cuentos, novelas, poesía y nuevamente relatos, o algún
cuento, novela o poesía. No lograba detenerse. Recorría una y otra vez las
ruinas circulares que Borges describía tan hábilmente. Buscaba con más hambre
que nunca las vidas imaginarias, como las de Schwob, descriptas por un temeroso
corazón delator recorriendo caminos salvajes como si siguiese los consejos de
un beatnic. Vivió entrecruzando realidades como le habría ocurrido al idiota
del sonido y la furia, viajando entre Hemingway y Cortázar o tal vez algún post
moderno de la época que aun no lograba comprender con claridad; aunque, lo
lograría muchos años después, como es mencionado repetidamente durante los
entrañables años de soledad durante el viaje al centro de la tierra para
encontrar la semilla. Aquella semilla que no era otra cosa más que un incendio
indecoroso de historias ajenas y saberes y preguntas y respuestas y sensaciones
y sentimientos y generaciones sucumbiendo en locuras. En un pingpong de
realidades, de cristales fragmentados de fotografías veladas y noches blancas o
de insomnio, lo mismo daba. Todo formaba parte de la misma mezcla bizarra, de
esa cocatriz, que le pedía por favor que
apretase el gatillo para fusilar al mundo, para enajenar los retorcidos seres
que ya no serian ahuyentados por espantapájaros visionarios, o por cruzados
como Ivanhoe o un tal Quijote. Todo fue sucediendo, hasta el punto de no poder
ver nada o mejor dicho todo, a través de los ojos de la literatura. Ciego de un
mundo y clarividente en verdades que no merecían ser contadas; aunque hay cosas
que deben ser contadas de este modo, con fragmentos, estando activo en la
lucidez propicia aportada por la inactividad al quedarse dormido y dejando caer
el último libro que leería sin saber su final: una novelita corta de Kafka.
viernes, 19 de julio de 2013
martes, 9 de julio de 2013
Me gusta cuando estudias
“Hay
algo en el extravío de tu mirada de intelectual ansiosa que me atrae, como la heladera
animal del mercadito san Lorenzo, mientras lees un libro de Horacio Gonzales con
interés manifiesto en ese lapicito que cada tanto “tic” subraya una palabra o
encierra un párrafo con una llave y distraídamente se desplaza del papel hacia
tu cuerpo. Primero desenreda un mechón de pelo, después como si quisieras grabar un tatuaje que dijera,
eso espero, te quiero, se dirige hacia tu pecho y se entretiene en una caricia
inconsciente hasta que el intérprete argentino de Sartre se queda
imprevistamente solo. El presidente que solía escucharlo firma ahora mismo un
tratado de paz con Joaquín Morales Sola y tu lápiz dibuja en medio de tus tetas
un corazón que en su centro tiene mi nombre.”
Martin Prieto – Me gusta cuando
estudias (fragmento).
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