Una noche se despertó
con hambre de literatura. Nunca esperó que ese deseo incontrolable, únicamente
comparable con la necesidad que tiene un ahogado de oxigeno o una manta para un
esquimal, le robara la vida. Comenzó por
una novelita corta de Kafka y luego siguió con otros escritores argentinos y
entre mezclando relatos, cuentos, novelas, poesía y nuevamente relatos, o algún
cuento, novela o poesía. No lograba detenerse. Recorría una y otra vez las
ruinas circulares que Borges describía tan hábilmente. Buscaba con más hambre
que nunca las vidas imaginarias, como las de Schwob, descriptas por un temeroso
corazón delator recorriendo caminos salvajes como si siguiese los consejos de
un beatnic. Vivió entrecruzando realidades como le habría ocurrido al idiota
del sonido y la furia, viajando entre Hemingway y Cortázar o tal vez algún post
moderno de la época que aun no lograba comprender con claridad; aunque, lo
lograría muchos años después, como es mencionado repetidamente durante los
entrañables años de soledad durante el viaje al centro de la tierra para
encontrar la semilla. Aquella semilla que no era otra cosa más que un incendio
indecoroso de historias ajenas y saberes y preguntas y respuestas y sensaciones
y sentimientos y generaciones sucumbiendo en locuras. En un pingpong de
realidades, de cristales fragmentados de fotografías veladas y noches blancas o
de insomnio, lo mismo daba. Todo formaba parte de la misma mezcla bizarra, de
esa cocatriz, que le pedía por favor que
apretase el gatillo para fusilar al mundo, para enajenar los retorcidos seres
que ya no serian ahuyentados por espantapájaros visionarios, o por cruzados
como Ivanhoe o un tal Quijote. Todo fue sucediendo, hasta el punto de no poder
ver nada o mejor dicho todo, a través de los ojos de la literatura. Ciego de un
mundo y clarividente en verdades que no merecían ser contadas; aunque hay cosas
que deben ser contadas de este modo, con fragmentos, estando activo en la
lucidez propicia aportada por la inactividad al quedarse dormido y dejando caer
el último libro que leería sin saber su final: una novelita corta de Kafka.
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