Hoy me topé con un caso singular. En realidad no fue hoy,
fecha de publicación, pero juguemos con la imaginación así parezca un post más
espontaneo que un refrito de ideas encajonadas. La cuestión es que siempre se
dice que los “escritores” quieren ser leídos. Yo no me considero un escritor,
ni por mi blog ni por lo que alguno sepa que hago en mi tiempo libre. Es más he
debatido hasta el hartazgo con cuanta persona allegada a la literatura me crucé
tratando de definir en qué momento uno puede decir que es escritor. No sé
cuando es ese momento. Lo que sí sé es que antes de escribir hay que leer. Y de
lectores puedo hablar, porque sé que hay diferentes tipos de lectores.
Se puede empezar nombrando a esos que entienden de lo que
habla el escritor sin irse muy lejos de lo que pretende. Esos lectores avivados
y ansiosos. Son tipos con una visión crítica aguda. Tienen una etiqueta
burguesita de críticos de arte, y la llevan porque consumen literatura. Según
ellos, tienen la experiencia del lector, el juicio crítico realzado y sobre
todas las cosas un “gusto” por la literatura formado. Buscan el fin estético
del lenguaje en su expresión como arte, y aunque hablen de estética y arte les
cuesta horrores sentir lo que se dice. Lamentablemente muchos de estos sujetos
no pueden escaparse de los clásicos. Tienen tanto peso en experiencias que no
saben dónde buscar nuevas sensaciones. Es por eso que tienen un lógico desdén
por lo nuevo, o lo producido por un autor amateur poco conocido o en algunos
casos los llaman menores. Sin embargo los aprecio mucho, por su juicio crítico
de lupa y escritorio.
En otra rama, están los lectores menos agraciados. Esos
que tienen poca experiencia leyendo cosas, esos que navegan en aguas poco
profundas en cuanto a literatura o simplemente la miran desde la costa con un
miedo terrible a ahogarse; mojan las patitas primero en un lado, luego en otro.
Nunca se zambullen. Más de medio cuerpo en aguas literarias significa un
naufragio, muerte segura, ahogo, y abandono del título. Es muy probable que
estos lectores no encuentren ni una o dos de las intertextualidades que
menciona el autor, y no tengan la más remota idea de imágenes, metáforas o
símbolos. Para ellos el leer es tan solo viajar a mundos nuevos y vivir experiencias
a través del lenguaje. Este tipo de lectores tilda a los títulos por si les
gustaron o no, por las sensaciones que les dejan. Tienen que sentir todo lo que
sucede como el sol veraniego, ya que estamos en temporada, en la piel. Tiene
que picar, arder, quemar, dejar una marca colorada, permitir el cambio de piel,
sufrir cuando se los toca, y disfrutar del bronceado, todo junto. Es imposible
no apreciar a estos lectores, ellos sienten los que pocos sin necesidad de irse
a lo frío y racional.
Y por último, el lector
que todos queremos ser. Ese que es una mezcla de los dos. Poder vivir de la
literatura sin tener que estar siempre atentos al pensamiento, la estética, los
símbolos, las imágenes, o las metáforas. Sin llevar pesados bolsos con
burguesías que sólo leen lo que les dice el folletín que lean o les sugieren
las bibliotecarias o en las librerías. ¡No señores! No permitamos ser eso. Pero
tampoco seamos aquel que vive temeroso de aguas, que no quiere mojarse la cara,
las manos, los pies y el alma con un poema de Pizarnik o que teme leer un
cuento de Fontanarosa porque en la literatura no se habla de fútbol. ¡Pura
mierda señores! En la literatura se habla, se escucha, se toca, nos tocan y nos
tocamos. En literatura se danza y se piensa que se danza, se muere y se vuelve
a vivir, hay amores y desamores, risas y lágrimas, golpes bajos y caricias de
flor. Está todo junto en el mismo paquete. En fin, la vida misma.
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